Los agujeros de la memoria urbana – Andrés Di Masso y María del Carmen Peñaranda

Un objeto atípico en una plaza atípica. Es la fuente escultórica del Forat de la Vergonya, nombre oficioso con el que un sector del vecindario de Santa Caterina, en el Casc Antic de Barcelona, bautizó un parque auto-construido durante un conflictivo pulso con la administración municipal entre 1999 y 2007. De aquel parque autogestionado, finalmente desalojado y sustituido por una plaza urbanizada según los cánones del diseño oficial, tan sólo queda en formato tangible esta fuente escultórica, sedimento de un conflicto social reciente cuya memoria domesticada se reivindica en los disciplinados Jardins del Pou de la Figuera. Para comprender este lugar hace falta recordar.

La fuente escultórica del Forat de la Vergonya es un habitante desplazado de un territorio que ya no es. Como la persona que huyó de un país que tiempo después dejó materialmente de existir, la fuente se llevó consigo parte del lugar que ocupaba y parte del tiempo en el que habitaba ese lugar. La fuente del Forat anuncia algo que la geografía cultural le ha rebatido al saber popular, a saber, que la memoria sí que ocupa lugar. Hay recuerdos que tienen un territorio y una geografía. La memoria se despliega y se repliega, se actualiza y se deforma entre los contornos palpables de casas, esquinas, paisajes, calles, plazas, cosas y cuerpos. La versión más aburrida de la ‘psicología’ ha insistido en localizar la memoria en alguna región más o menos metafórica de la ‘mente’, pero también existe una topología de la memoria que aloja y acoge los recuerdos inscritos en lugares y paisajes concretos, en espacios materiales que se pueden ver, tocar, oler y pisar.

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